El Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se celebra el 21 de marzo de cada año, desde 1966, en conmemoración por el asesinato (1960) de 69 personas en una manifestación pacífica contra el Apartheid. Desde entonces, la ONU ha impulsado un marco internacional para luchar contra esta forma de discriminación (resolución 2142 (XXI), encabezado por la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial. La lucha por la igualdad de género corre en paralelo a esta, y
junto al reconocimiento de que, en todas las regiones, personas, comunidades y sociedades sufren las consecuencias del racismo y la xenofobia, está la realidad de que, en todas ellas, las mujeres lo hacen en mucha mayor medida.
De hecho, el principio de igualdad ha de entenderse como un principio universal en la medida en que todas las formas de desigualdad -las basadas en el sexo de las personas y las que se sustentan en su origen étnico o racial- tienen raíces estructurales y se retroalimentan unas a otras. El movimiento feminista, ya desde sus inicios, fue consciente de estas raíces estructurales de las desigualdades entre mujeres y hombres y cómo podía interconectarse con otras formas de discriminación -especialmente, en su inicio, las desigualdades de clase y raza-, contra las que también las mujeres lucharon integradas en movimientos políticos y sociales. No siempre ha sido así en el sentido contrario y, en los años sesenta y setenta, las décadas del auge en la lucha internacional por los derechos civiles, el movimiento feminista -que ya lo había hecho anteriormente con los movimientos políticos de izquierda- denunció en ellos la tendencia a subsumir, dejar en segundo plano e incluso invisibilizar la discriminación que sufrían las mujeres. La intersección entre ambos enfoques tampoco ha sido siempre evidente desde el otro lado; así, feministas afroamericanas, africanas y latinoamericanas, empezaron en ese entonces a reivindicar que no se veían representadas ni en los movimientos por los derechos humanos (dirigidos por hombres y moldeados con base en sus intereses) ni en el discurso feminista predominante. Con ello, visibilizaron la necesidad de transformar y ampliar, una vez más -mostrando que estamos ante una de las teorías y movimientos sociales más dinámicos que ha conocido la historia-, la mirada desde la que se abordan las desigualdades de género para dar cabida a la situación, necesidades e intereses de todas las mujeres. Estas tensiones, tan productivas para “empujar” las fronteras del feminismo y enriquecer el enfoque y las prácticas desde las que se lucha por la igualdad entre mujeres y hombres en el mundo, han dado como resultado el surgimiento de diferentes conceptos como el de discriminación múltiple, y, más recientemente el de “interseccionalidad” (Kimberlé Crenshaw, 1989). Con este concepto, se dio un paso más mostrando que la discriminación que sufrían estas mujeres era más que la suma de racismo y sexismo y que, justo por eso, era necesario algo más que “integrarlas”: se requería repensar el marco y las actuaciones desde las que se abordaban. Cabe decir que se han producido muchos avances en este sentido, especialmente desde las políticas de igualdad de género -que hoy son ya impensables fuera de este enfoque- y también, aunque en menor medida, desde las de lucha contra la discriminación racial. Retomando el motivo de este post, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se ha dedicado la última década (2015-2024) a avanzar en los derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos de las personas afrodescendientes. Como no podía ser de otra manera, tanto la Declaración como el Plan de Acción que le acompaña, instan a que todas las actuaciones que se desarrollen en este marco tengan en cuenta la situación desigual de las mujeres y las niñas, potenciada por la intersección del género con la discriminación racial.
Sin embargo, queda un largo camino por recorrer hasta lograr una mayor integración de ambas perspectivas; como señala el Informe “La interseccionalidad de la discriminación por razones de raza, etnia y género”, aunque se ha comenzado a reconocer la necesidad de adoptar el enfoque de la interseccionalidad:
En la actualidad, los marcos legislativos de los países solo tienen como objetivo la discriminación racista o sexista (por separado) y no su intersección (p.13)
Son muchos los retos que se plantean en este sentido: los déficits en cuanto desagregación “transversal” por sexo de los datos, imprescindible para detectarla; una adecuada capacitación para analizarlos desde el enfoque de género e identificar las situaciones de desigualdad y las causas estructurales que las producen; la necesidad de impulsar políticas públicas con recursos y la importancia suficiente para abordar de manera integral y en toda su complejidad estas discriminaciones, y, sobre todo, el reto de generar metodologías y herramientas adecuadas para ponerlas en marcha.
En #LIKaDI, venimos trabajando en este sentido casi desde que empezó a acuñarse el término de discriminación múltiple primero, e interseccionalidad, después. Como empresa pionera en la creación de metodologías de trabajo que sirvan de “puente” entre las teorías y enfoques y la realidad de las políticas públicas, nos hemos enfrentado en muchas ocasiones al reto de materializarlo en políticas públicas eficaces que, desde el reconocimiento de cómo las discriminaciones estructurales se potencian unas a otras, pongan a las mujeres y sus necesidades e intereses en el centro.